miércoles, 4 de enero de 2012

La luz que agoniza

Escrito por: HAMLET HERMANN
Apenas unos años atrás existía lo que Miguel Mena llama “un mundo sabatino de librerías”. Resultaba habitual para muchas personas hacer un recorrido por las librerías y curiosear lo que se hubiera publicado recientemente. Aquello llegó a ser como un caravaneo cultural a través del cual encontrábamos amigos viejos y conocíamos nuevos relacionados. El aumento del conocimiento por los intercambios estaba incluido en el recorrido. Una taza de café siempre salía a nuestro encuentro, gratis por cierto, preparado de acuerdo con sus cuatro letras: Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso.

Los que disfrutaban de aquella ronda de fin de semana rotaban dentro de las librerías y se trasladaban de una a otra, generando peñas literarias entre autores experimentados y diletantes en busca de conocimiento. Pero no. Eso ya no existe. ¿Qué significado tiene para un país que las principales librerías estén camino a la quiebra? ¿A quienes podría responsabilizarse por permitir que los escritores dominicanos no encuentren apoyo alguno mientras los gobiernos subsidian sus aberraciones? La cacareada ley del libro poco ha logrado para incrementar la lectura.

Las librerías se van extinguiendo lentamente como una vela de sebo. Ya sólo quedan recuerdos de aquellos lugares acogedores que nunca alcanzaron la categoría de comercio rentable. Todos teníamos crédito sin garantía alguna. Era cuestión de gritar: “Anótamelo y después nos arreglamos”. Y ese arreglo quizás nunca veía un peso sino que caía en el remolino en el que libros a crédito se pagaban con obras del autor o muchas veces las facturas amarillaban por el tiempo sin que alguien las tomara en cuenta.

Contando mal, en la ciudad intramuros hubo 18 librerías que mostraban el respetable nivel intelectual de la sociedad dominicana de entonces. Hoy ya no existe el mundo sabatino de librerías. Los apiñados espacios de Fiume Vicini (de los Vicini pobres), es cuestión arqueológica como también ocupan esa categoría la “Librería Herrera”, la “Librería Dominicana” y la “Casa Weber”.

Después de la muerte de Perucho, la “Librería América” sólo enciende sus luces para que el moho y las polillas no se declaren ocupantes absolutos.

La “Librería Internacional” entreabre sus puertas de vez en cuando y sobrevive porque otras fuentes de ingresos de sus propietarios la oxigenan.

“Luna”, en la calle José Reyes, ya colocó el letrero de “Se Vende” como exorcismo ante la quiebra absoluta. Eso llega después de que los falsos nacionalistas lo extorsionaron por vender un libro de la hija del tirano Trujillo mientras, desde el gobierno, maquillan a Trujillo y veneran a Balaguer.

“Mateca” no resistió el empuje de la crisis del libro y se redujo a la mitad. El segundo piso de su establecimiento dejó de ser librería para convertirse en sede de otro negocio, quizás, verdaderamente rentable.

A “Thesaurus” poco le falta para regalar los libros de tantas rebajas que, infructuosamente, hace.
“Avante” sobrevive por la venta de agendas anuales y otras mercancías que la mantienen en cuidados intensivos.

“La Filantrópica” es un remanso donde los textos jurídicos actúan como vacuna contra la ruina total. Pero sigue bajo un pronóstico reservado.

“La Trinitaria” sigue recibiendo contertulios, más que clientes compradores. Heroicamente, se mantiene como la única librería que sólo vende obras de autores dominicanos. Más que reconocer las virtudes de Virtudes Uribe, el dominicanismo de pies a cabeza es motivo de castigo por parte de los implacables recaudadores.

Ante esta crisis de las fuentes del conocimiento habría que investigar si no es competencia desleal que el Ministerio de Cultura inaugure un moderno establecimiento comercial para vender la producción intelectual de sus cercanos relacionados. Esa es una empresa gubernamental que nunca irá a la quiebra porque no paga impuestos  ni energía eléctrica y sus empleados reciben salarios desde el inagotable erario.

Habría que preguntar entonces: ¿no hubiera sido más justo evitar el desplome de siete librerías con un subsidio de supervivencia en vez de contribuir a su desaparición creando una empresa competidora? En definitiva si el gobierno subsidia el 93.4% de la tarifa real del Metro con varios millones de dólares cada mes, ¿por qué no dedicar algunas boronas para que podamos leer un poco y no consolidarnos como los más rezagados del mundo en materia de educación y de cultura?

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